Nunca hay tiempo de versar

Este cuitado poeta, reciclando versillos (escritos un domingo)
con motivo del Día Mundial de la Poesía (este jueves):

“No hay tiempo de crear, pero al menos conforta
chicotear chascarrillos en jueves, y no en fiestas de guardar.”

Fulano de Hita [con segundas siempre, algo perversillo]:
“¡Cuitado yo! Verdat es, nin fallo tiempo de trobar un jueves:
maguer en caçurrías de domingo aína avremos folgura.”

Mengano, el de la napia [con semblante hermético]:
“De escribir en jueves tiempo alguno no he, mas por veloz saeta
traspasado al menos confórtome en día santo.”

Zutano, el que inventó la pulla de la napia [en éxtasis pío]:
“Si en domingo no hay tiempo para exequias del lenguaje,
burlas abrasadoras en jueves habrán de confortarnos.”

Perengano de Lorca:
“Se abre y se cierra, este jueves, como un domingo en el aire,
si me cubres con tus ojos, olivo, olivito, yo peinaré tus hojas.”

El maestro del cáliz:
“Vorágines valizas vaspavientan vírgenes avizorando el vavizón
de vavas vumescentes, vagimiendo va el domingo, como un jueves cualquiera.”

El chileno en Machu Picchu:
“¿Dónde estuvo el hombre, Jueves Versosdescalzos? Yo quiero
que hables por mi sangre, como un domingo de escarcha.

La profesora debutante:
“Yo soy como la loba, quebré con Horacio y me fui un jueves, fatigada
de tanta silva para tan poco silvano: la que pueda seguirme que venga en domingo.”

El de Fierro:
“Grito “¡Jueves!”, y el eco dice: “¡Domingo!” Grito “¡Domingo!” Y el eco dice
“¡Jueves!” Así que no me traigáis flores de plástico en el Día Mundial de la Poesía, coño.”

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Instantáneas de Buenos Aires II: Confieso que he cogido

Lo confieso. No he hecho otra cosa desde que llegué a Buenos Aires. No he parado de coger como un loco refocilándome sin freno en el fornicio.

Confieso que nada más aterrizar en Ezeiza cogí un par de maletas, así, por partida doble, sin pudor, dejando a medio aeropuerto con el rostro demudado y dando gritos hasta morir de frío.

Lo confieso, no lo oculto. Ya en el hostal y en flagrante ignorancia de las buenas costumbres, cogí sin más las llaves, en pleno mostrador de recepción, y sin mediar palabra me recogí en el cuarto y es que cuanto más cansado se está, mejor se coge el sueño.

Lo confieso, no envido. A lo largo de estos últimos diez días he cogido como un poseso, de todo y en todas las posturas imaginables, en sórdido follón desinhibido. Barandillas y empanadas, picaportes y manubrios, plátanos y manivelas, alfajores, subtes y colectivos.

Por Corrientes o por Florida, mi concupiscencia fabulatriz nunca entendió, en cosas del coger, de vergüenza ajena ni límites psicofísicos. Confieso haber cogido en público y sin protección infinidad de mapas, folletos, panfletos y libros, del derecho y del revés, en cuclillas o arrodillado, ya fuera por necesidad o puro vicio.

Pero hoy vengo a decirles que no puedo más, que no quiero cogérmelo todo, que no quiero para mí tantas desgracias: prefiero seguir de tomo y agarro y olvido.

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